dissabte, 3 de maig del 2008

Una alegría con topos y unos ojos claros.

Carles y Jordi habían ido a una sucursal de La Caixa, a sacar los últimos billetes de la paga del mes de mayo. Un par de talejos de 50 fueron suficientes para compensar la desidia de aquella tarde con una buena cena en algún restaurante del barrio madrileño de Lavapies ; con el hambre en el estomago nos imaginábamos entre mollejas fritas a la cordobesa, chipirones en su salsa o pimientos fritos de la Ribera, todo regado con un buen tinto tempranillo, de la nueva denominación “Sierra de Madrid”.


Mientras esperaba en una oscura esquina me adentre por una callejuela entre la Cava Baja y el Mercado de la Cebada, a unos pocos pasos encontré un restaurante, Matrikum; uno de aquellos lujares con luz tenue en rojo y negro que ofrecía una buena carta a un precio razonable. Como buen catalán hacia mis cálculos cuando, de repente, dos señoritas muy apuestas entraron decididas por la puerta del local. Una sonrisa con escote de topos blancos pero fondo rojo y unos ojos claros - como el agua cristalina de la bahía de Cádiz - me impulsaron sin remedio y con destino a la barra de ese ambigú.


En el fondo, las botellas relucientes; en la barra, las dos chicas y una supuesta conversación y a medio camino Fabrizio, el camarero de la Umbria italiana.

Tienes mesa para tres – dije inclinando la cabeza.

En aquel momento me sentí observado por aquellas dos bellezas, note una cierta ligereza, como un cambio en mi cuadrante astral, como un masaje suave de peluquería … había vuelto – por fin - a la realidad, me alegraba dejar de ser un hombre invisible.